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La estación fantasma de Madrid


Apenas dura un fugaz segundo. Sucede, o parece suceder, cuando el convoy de la línea 1 de la red de Metro madrileño recorre el tramo que separa las estaciones de Bilbao e Iglesia.

El viajero distraído ni siquiera se percata de ello. El que lleva los ojos clavados en el negro monótono de la ventanilla, de pronto, vislumbra un espejismo que se esfuma a 70 kilómetro por hora. Un fogonazo. Un fotograma aislado de una película distinta.

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El tren pasa sin reducir su prisa ante un ente con forma de estación del pasado. Es real. Ahí yace vacía para dar fe de su historia la parada de Chamberí. Una reliquia industrial centenaria abandonada hace casi 50 años. Prueba y testigo del Madrid cosmopolita de otra época. La llaman la estación fantasma.

Ni siquiera todo el mundo en la capital sabe de la existencia de este oculto vestigio subterráneo. Sin embargo, la retina del pasajero observador es consciente de haber atrapado la vertiginosa imagen de un pasado intacto que se cruza al paralelo de las ventanas a toda velocidad.

No hay segundos para ver demasiado. Quizás apreciar las formas cóncavas de las paredes del andén, las mismas que en otros tiempos acogían el futuro más puntero de la urbe en auge que era el Madrid de los años 20.

El rey Alfonso XIII inauguraba la céntrica estación de Chamberí en 1919. Diseñada por el arquitecto Antonio Palacios, pasaba a formar parte de la recién estrenada línea 1, que surcaba la ciudad en ocho escalas, desde Cuatro Caminos a la Puerta del Sol.

En la época nacía como un espacio de aspecto moderno y transgresor. Paredes de cerámica sevillana azul, bóveda en azulejo blanco biselado brillante y los juegos ornamentales propios del estilo parisino.

Acabados sencillos y luz natural a través del lucernario del vestíbulo. Lo más característico del mobiliario de época eran los carteles publicitarios de cerámica de contornos azul y ocre.

Pero hasta a los hitos modernistas se les pasa el arroz en algún distrito del tiempo. En 1966, la construcción de trenes más largos obligó a las estaciones a prolongar sus andenes, remodelación que la parada de Chamberí no podía acometer.

Se acabó su tiempo. Tras casi 50 años de servicio se había quedado pequeña para soportar al nuevo Madrid de la segunda mitad del siglo XX, así que ese año sus tornos se cerraron, sus accesos se cimentaron y su existencia quedó sepultada durante las siguientes cuatro décadas.

Chamberí, por donde seguía pasando el raíl del metro que ya no paraba, se convirtió en un espacio petrificado en la evolución de la ciudad. Congelado. Sus vallas de perennes anuncios en grafía clásica posaban para un público instantáneo, repetitivo y veloz que cada día atravesaba el silencio de la estación fantasma a velocidad de bala.

Hubo quien encontró su hueco de entrada: hogar de indigentes, plató de cine (Fernando León grabó allí algunas escenas de la película Barrio), o desafortunado mural para graffiteros sin escrúpulos históricos.

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Hasta 2006, el Ayuntamiento de Madrid y Metro no dieron importancia al abandono de esta joya enterrada, que en esa fecha fue sometida a las pertinentes tareas de limpieza y restauración. Pau Soler y Miguel Rodríguez se encargaron de remodelar la vieja creación de Palacios para conservarla tal y como estaba el día de su clausura.

Por fin Chamberí recuperaba su estatus de reliquia. Hoy es un punto de interés turístico dentro del marco del proyecto Andén 0, inaugurado en 2008, con el que el Consistorio y Metro convertían en muesos esta estación y la Nave de Motores de Pacífico, clausurada en 1972 e igualmente abandonada hasta entonces.

Ahora cualquiera puede acudir a verla gratuitamente de 11:00 a 19:00, de martes a viernes, y de 11:00 a 15:00, festivos y los fines de semana. Si no, existe el viejo método.

Hay que esperar a que llegue ese fugaz segundo, mirar fijamente al negro monótono de la ventanilla mientras el convoy atraviesa el tramo que separa las estaciones de Bilbao e Iglesia. Entonces, un fogonazo. Un fotograma aislado de una película distinta.

A 70 kilómetros por hora pasa por la retina un Madrid que se congeló a principios del siglo pasado. La llaman la estación fantasma.
 

 

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