Litoral bravo y escarpado, la llamada Costa da Morte se extiende al noroeste de Galicia, en la provincia de A Coruña. Sus acantilados comienzan al norte en la villa de Caión, muy cercana a la capital y llega hasta el pueblo de Muros, al sur.
Sus límites no están claros, al no tratarse de una comarca, sino de un simple arco atlántico de costa, al que no une ninguna división administrativa en especial.
Negra historia
Si el nombre de Costa da Morte ya sobrecoge, no es menos su historia. Esta nomenclatura se comenzó a emplear por la leyenda medieval que decía que más allá del cabo de Finisterre (Fisterra) se terminaba el mundo. No fue hasta los años 60 que se comenzó a utilizar oficialmente, alentado por otro tipo de desgracias más reales, como el alto número de naufragios. En las últimas décadas sus habitantes han sido castigados con desastres marítimos que han afectado a su modo de vida y han ratificado este oscuro nombre.
En sus territorios, quedan restos de un profundo pasado celta, como dólmenes y castros, símbolos de un paganismo ritual que ni la dominación romana ni el cristianismo lograron erradicar. Es especialmente habitual el culto a la piedra, como símbolo de inalterabilidad y arraigo, características que sin duda han de conservar los habitantes de la zona para hacer frente a las adversidades climáticas y marítimas.
Playas y acantilados
Una ruta por los pueblos de Costa da Morte podría salir de A Coruña, pasando por Arteixo hasta la villa de Caión por una carretera estrecha y serpenteante. La ruta trascurrirá por playas tan hermosas y peligrosas como la de Barrañán. Al encontrarse en mar abierto, el bañista deba ser altamente precavido, por la temperatura y las corrientes.
Quedan restos de un profundo pasado celta, como dólmenes y castros
Caión recoge el encanto típico de pueblo marinero de la zona, así como su gastronomía. Su imagen la componen típicas casas de piedra con teja antigua y galerías de madera, con algunas construcciones de mayor envergadura en estilo colonial y otras más contemporáneas que dejan una estampa a caballo entre el pueblo y la pequeña ciudad.
Siguiendo la costa se encuentra la playa de Baldaio y una zona de campings, amable oasis en el agreste litoral lleno de temibles acantilados. Tras pasar por la aldea alfarera de Buño, se llega a Malpica de Bergantiños, uno de los puntos emblemáticos de la costa. Es exponente del ambiente marinero con su puerto de pesca de bajura y marisqueo, con todo el encanto que esta actividad aporta a sus gentes. De su relieve ondulado sobresale el cabo San Adrián, frente al cual se levantan las Islas Sisargas, un rico ecosistema que alberga algunas aves marinas en peligro de extinción.
Pueblos marisqueros
En esa estela marinera se halla Corme. Aquí reside “A Pedra da Serpe”, un magnífico altar druida con una serpiente alada esculpida, así como un antiguo castro celta y el Dolmen de Dombate que data del 3000 a.C. Cuna del percebe, entre sus rocas asoman cruces de piedra en recuerdo a los percebeiros muertos.
Camelle fue asentamiento vikingo y está marcado por la leyenda de los naufragios
Pasando por un entorno de marismas se llega a Ponteceso, famoso por su angula y después a la villa señorial de Laxe, donde triunfan el camarón, el centollo, la nécora, etc. Este es un pueblo más turístico con muestras de arquitectura medieval como la Iglesia de Santiago, del siglo XIV.
El siguiente núcleo reseñable es Camelle, antiguo asentamiento vikingo profundamente marcado por la leyenda negra de los naufragios. Tras pasar por unos cuantos pequeños pueblos entre playas y acantilados, que no rompen con la estética de la zona, se llega a Camariñas no sin pasar por el carismático faro del cabo Vilán elevado sobre una espectacular roca. Su actividad más famosa es el encaje de bolillos que tradicionalmente realizan las mujeres en espera de que sus maridos regresen de la mar.
Hacia el fin del mundo
Bordeando la hermosa Ría de Camariñas se toma rumbo a Muxía, de triste fama en los últimos años. Es un pueblo de ricas tradiciones paganas, reconvertidas por la Iglesia. El mejor ejemplo es el santuario de la Virgen de la Barca. Su objeto de culto es una piedra erosionada al borde mismo del mar que se dice son los vestigios del bote en que llegó la santa llegó al pueblo a difundir la fe. Conocida como la “Pedra de Abalar", es tradición en fiesta subirse a ella y hacerla balancearse. Adyacente se encuentra el pueblo de Vimianzo, con su castillo y sus dólmenes celtas.
El Cabo Touriñán, Cee y Corcubión, marcan la senda hacia el final de la Costa da Morte, y del mundo, según la leyenda. Es Fisterra otra villa marinera que también rinde culto a una piedra. Su cabo con el faro de 1853 es una de las estampas más legendarias de la región y la estrecha carretera a pie de mar por la que se llega provoca escalofríos en el visitante. Sus acantilados están llenos de historias, en las que se confunden realidad de fantasía, de pueblos engullidos por el mar, monstruos marinos, ritos celtas, etc. Frente al faro se halla la roca “O Centollo”, traicionera donde las haya y culpable de los grandes naufragios que han infundido entre los navegantes respeto por este misterioso litoral.