Una llovizna muy fina comienza a caer cuando nos
adentramos en la fortaleza de Monterreal, situada en la pequeña
península de Monte do Boi. Nos encontramos en Baiona,
esa tradicional localidad pontevedresa que, aunque disfruta de
la calidez de las Rías Bajas, no deja de ser gallega, con su ‘orbayu’,
sus amaneceres nublados y sus tardes de sol en las que se
abarrotan sus limpias playas.
El camino
que asciende hasta el señorial palacio donde se encuentra el
Parador Conde de Gondomar es muy estrecho y sinuoso, sobre todo
al pasar por las blasonadas arcadas o las puertas.
Primero la de
Felipe IV, del siglo XVII, coronada por un escudo de los
Austrias; más adelante la puerta Nueva y la del Sol; al final,
la almenada Entrada Regia, cuya construcción data de la época de
los Reyes Católicos.
Debemos ir con cuidado, pues es muy fácil
entretenerse con la cautivadora belleza del paisaje.
A un lado
el muro de piedra, con sus troneras, bordeando fielmente el
acantilado, al otro lado los parterres de azaleas multicolores
que impregnan de olor el ambiente.
¡Qué mejor bienvenida!
Más arriba el panorama se va ensanchando. A la
derecha la Taberna La Pinta y la Batería de San Antón; a la
izquierda la Ermita de la Señora del Carmen de los Mares; y
arriba en la cima, el edificio del Parador, una típica
construcción señorial gallega, rodeada de jardines.
Es difícil
describir en palabras sencillas la inmensidad que sugiere este
paisaje que se asoma al océano.
En el límite de esta diminuta península
rodeada de acantilados está la Torre del Príncipe, una
construcción del siglo X, cuyo nombre recuerda a un príncipe
portugués que padeció prisión entre sus muros. Otras dos torres,
la de la Tenaza y la del Reloj (donde antaño repicaban las
campanas ante los ataques enemigos) rompen con la horizontalidad
de este gran complejo en el que, en 1966, dicen que por expreso
deseo de Francisco Franco, se construyó el Parador.
Si el nombre de Conde de Gondomar se debe al
Gobernador Perpetuo de Monterreal, militar y diplomático ilustre
del siglo XVI, no menos memorables son los personajes históricos
que en este enclave fueron dejando su particular impronta, desde
el caudillo luso Viriato a Almanzor, pasando por el noble feudal
Pedro Madruga a los Reyes Católicos. Incluso, cuentan los anales
que en algún lugar de esta privilegiada península se encuentra
enterrado el primer indio que fue traído de las Américas y que,
en el año 1493, arribó a estas playas en la carabela La Pinta,
dando así parte del descubrimiento del Nuevo Mundo.
Pero estos nombres tan curiosos no deben dejar
en el olvido a los cientos de visitantes que cada año acuden a
este enclave turístico gallego y que encuentran en este
establecimiento la mejor excusa para descansar; degustar los
manjares más exquisitos de la zona o bordear los tres kilómetros
de murallas almenadas que circundan la fortaleza entre senderos
de piedra y un vergel ajardinado. Podemos contemplar la
inmensidad del Atlántico, con sus olas rompientes en las rocas y
la calma marina del horizonte, sólo rota por la silueta de las Islas
Cíes
y las Estelas, y las embarcaciones que hasta allí llegan.
Al llegar al Parador, y sólo con ascender unos
pocos peldaños y traspasar las primeras puertas, una escalinata
de piedra, con arquitecturas de distintas épocas y una cúpula
abovedada que deja ver la majestuosidad del resto del edificio,
un laberinto de pasajes, salones y patios.
En la primera planta, se encuentra el salón Gondomar, con una
amplia terraza. Junto al comedor, el salón Medieval, testigo de
celebraciones y grandes banquetes. El Parador dispone además de
otros dos salones: el Rompeolas y el Monterreal, ambos de gran
capacidad y distintos usos.
Tras el descanso, podemos deleitar al sentido
del gusto en el restaurante Torre del Príncipe o incluso en la
Taberna Enxebre La Pinta, donde los platos tradicionales e
innovadores de la gastronomía gallega tienen su lugar: la lubina
con navajas en salsa de grelos, las mariscadas, la ternera de
Moaña, la tarta de Santiago, las filloas, etc. Deliciosas
recetas regadas con caldos de Ribeiro o albariños.
Las playas que rodean la península son ideales
para quienes practican deportes acuáticos: la de Ribeira
(donde se encuentra el Pozo de la Aguada que fue el lugar donde
se abasteció de agua la tripulación de la Pinta); la playa Barbeira;
la playa de Dos Frades, llamada así
porque era el lugar elegido por los frailes del convento
franciscano de la fortaleza para bañarse, y la de Cuncheiro.
La localidad ofrece también la posibilidad de
practicar deportes náuticos como el submarinismo, el windsurf,
la pesca, etc. Este Parador tiene además otras ofertas para los
amantes del deporte: tenis, golf, equitación, ala delta y un
largo etcétera de actividades en las que podemos quemar
energías.
A quienes les apasiona la cultura o las
tradiciones pueden descubrir un gran abanico de espectáculos,
conciertos y exposiciones, sobre todo en la época estival, en la
que la localidad de Baiona se convierte en un hervidero
turístico.
A los pies del Parador está el monumento
‘Encuentro entre dos mundos’ símbolo de la unión entre Europa y
América; en el paseo marítimo se encuentra la réplica de la
Carabela Pinta, reproducción exacta de aquella embarcación que
llegó a Baiona
mandada por Martín Alonso Pinzón.
Para quienes aman la naturaleza hay una visita
obligatoria a las Islas Cíes, que forman parte del Parque
Nacional de las Islas Atlánticas junto con las islas de Ons,
Sálvora y Cortegada.
Una travesía que conduce a un paraje
espectacular con sus acantilados, sus playas, sus colonias de
aves y sus ricos fondos marinos. Actividades como ésta impregnan
la estancia en Baiona de emotivos recuerdos anclados para
siempre en nuestra mente junto con sus paisajes con vistas al
Nuevo Mundo.
‘Cuando llegábamos a Baiona era como si el tiempo
se hubiera detenido en aquel decadente Hotel Rompeolas, en el
que, cuando te asomabas a la ventana, el agua casi te salpicaba
a la cara. Aquel pequeño pueblecito de pescadores nos recibía
con los brazos abiertos. Al fin y al cabo, éramos una de las
pocas familias fuera de Galicia que pasaba allí sus vacaciones.
A papá le conocía todo el pueblo, todos sabían
que él era el aparejador y el director del acontecimiento que
probablemente iba a cambiar la vida y el futuro de Baiona: la
construcción del Parador Nacional de Turismo. A mí me encantaba
ir a la obra de la mano de mi padre, subir por el camino
bordeado de limoneros (nunca había visto unos limones tan
grandes y tan bonitos). Pero lo que más me fascinaba era
observar cómo los canteros moldeaban la piedra como si fuese
barro.
Mi padre los había seleccionado de toda
Galicia y siempre me decía orgulloso: ‘Mira, hija, en el mundo
nadie trabaja mejor la piedra que los canteros gallegos y estos
son los mejores’.
Toda la familia vivíamos la construcción del
Parador como si fuera la de nuestra propia casa, porque nuestro
padre se encargó de transmitirnos el entusiasmo que sentía por
una ‘obra suntuaria’, como decía él. Y esa era, hasta el
momento, la más importante de su vida.
Aquellos veraneos en Baiona en los que después
de la playa hacíamos una paradita en el Moscón para comer unos
percebiños, nos atraparon para siempre.
Allí siguen nuestros
amigos, con los que de vez en cuando salgo a pescar, y allí
sigue yendo mi madre de vacaciones, a pesar de que se le
humedezcan los ojos cuando mira al Parador y recuerda lo felices
que fuimos aquellos veranos’.