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12 ciudades para visitar sobre dos ruedas


De Ámsterdam a Bogotá y de Sevilla a Kioto, urbes que apuestan por que locales y turistas se muevan en bicicleta.

Un ciclista en una calle de Dublín (Irlanda).
Un ciclista en una calle de Dublín (Irlanda). David Soanes Getty
 

En algunas grandes ciudades comienza a apostarse por el transporte sostenible, especialmente por la bicicleta, llamada a tomar el relevo al coche como símbolo de este cambio. Para celebrarlo, visitamos algunas de las urbes que ya van sobre dos ruedas en cuestión de movilidad.

Desde las que tienen más tradición ciclista, como Ámsterdam o Copenhague, hasta las recién llegadas al uso mayoritario de la bici urbana, como Bogotá o Sevilla.

 

Chicago, pedaleando contra el viento

En Windy City, la ciudad de los vientos, se puede pedalear feliz entre los rascacielos del barrio de negocios, el Loop; por pistas al borde del lago Michigan para quienes prefieran circular con el perfil de Chicago al fondo, o por Milwakee Avenue, la llamada autopista de los hipsters.

Es decir, las posibilidades son múltiples y variadas, y no es cosa de ahora: ya en 1900, antes del automóvil, esta ciudad del Estado de Illinois (EE UU) era bike friendly: existían más de cincuenta clubes ciclistas con más de 10.000 socios, y se dice que la comunidad ciclista consiguió convertir en alcalde a su abogado más brillante, Carter Harrison Jr. Curiosamente, dos alcaldes más contemporáneos han prolongado esta afinidad: Richard J. Daley, que impulsó la construcción de las primeras infraestructuras ciclistas en la década de 1970, y su hijo mayor, Richard M. Daley, impulsor del Chicago ciclista del siglo XXI. Está previsto que en 2020 la ciudad cuente ya con 1.000 kilómetros de carriles bici.

En el McDonald’s Cycle Center, lugar único en el mundo en pleno Millennium Park, se pueden aparcar, aprender a repararlas o darse una ducha antes de ir a trabajar. Más al sur, el café para ciclistas más elegante de la metrópolis se llama Heritage. Una de las iniciativas más exitosas es el servicio de préstamo en autoservicio Divvy, gracias al que la ciudad ganó en 2016 el Top City for Cycling Award de la revista Bicycling.

 

Bogotá, la revolución de las dos ruedas

Es una de las ciudades que ha hecho de la bicicleta un emblema del cambio, con nuevas infraestructuras pensadas para el transporte sostenible, concretamente la bicicleta. Para ver este nuevo fenómeno ciclista en su apogeo no hay nada mejor que salir a la calle cualquier domingo. Ese día, la Ciclovía pone a disposición de los bogotanos 100 kilómetros del mejor asfalto y las avenidas más anchas de la ciudad y más de un millón de ciudadanos ocupan sus calles a pie, en patines o, la gran mayoría, en bici.

La Ciclovía tiene su propia historia. Nació en la década de 1970 de la imaginación de Ortiz Marino, activista de gran sentido cívico escandalizado por la gran cantidad de espacio que ocupaban los coches en la vía pública. Tuvo la idea pionera de movilizar a los ciclistas como contrapunto y el éxito fue fulgurante, tanto que su iniciativa ha traspasado todas las clases sociales.

En 2016 solo el 4% de sus habitantes iba al trabajo en bici, quizá a causa de las eficaces vías del autobús TransMilenio y a pesar de los 400 kilómetros de vías ciclistas habilitadas. Desde el barrio histórico de La Candelaria, su Museo del Oro y sus calles adoquinadas, se puede pedalear a través de la Carrera Séptima –la prestigiosa ruta 7– hasta Catación Pública, donde se degustan los mejores cafés de la capital de Colombia.
 

Ciclistas en Phoenix Park, al norte de Dublín.
Ciclistas en Phoenix Park, al norte de Dublín. D. Soanes Getty

 

Dublín, ciclismo urbano con aire celta

La conquista de Londres por los ciclistas, incluso antes de los Juegos Olímpicos de 2012, inspiró a Dublín, una ciudad pequeña de 500.000 habitantes. Tanto que actualmente se puede circular en bici alegremente por la capital de Irlanda gracias a los 120 kilómetros de carriles exclusivos para ciclistas y otros 50 kilómetros de vías compartidas con autobuses. Dentro de la ciudad no hay ni una sola cuesta y Dublinbikes, el servicio público de alquiler, tenía 70.000 abonados en 2016.

La bicicleta resulta especialmente práctica para visitar tanto sus tesoros arquitectónicos –del Trinity College al castillo de Dublín, al sur del Liffey– como sus espacios verdes: desde el carril del Gran Canal al magnífico Phoenix Park, al norte, cuyas avenidas más bonitas están hoy dedicadas a las dos ruedas. Una buena idea para ciclistas es subir a las montañas ubicadas al sur de Dublín: tres enormes rocas a 444 metros sobre el nivel del mar que ofrecen fabulosas vistas de la ciudad y hacen que el esfuerzo merezca la pena.

 

Estrasburgo, la pequeña Francia a pedales

Hay que llegar a Estrasburgo en tren. Y nada más pasar la vidriera de la estación central detenerse un instante ante la visión de cientos de bicicletas amarradas a arcos o entre sí. Considerada como la capital de la Unión Europea, es indudablemente una ciudad ciclista.

Probablemente, la más comprometida con las dos ruedas de Francia, y la cuarta de Europa, según la clasificación elaborada por el gabinete danés Copenhagenize en 2015. En la isla central y su entorno, desde la catedral hasta la pintoresca Petite France, se disfruta un ambiente apacible. Los ciclistas conquistaron la ciudad en la década de 1990, en paralelo a la renovación del tranvía. Cada uno de los canales que la recorren, cada una de sus avenidas, cuenta desde entonces con un espacio reservado a las bicicletas. Hasta 600 kilómetros en 2017.

Al estar tan cerca de Alemania, las peticiones de los grupos ecologistas se hacen oír: las empresas asumen la mitad del abono anual a Vélhop –sistema público de bicis compartidas– de sus empleados y el uso de la bici puede ser recetado por un médico. Estrasburgo ve en este medio un proyecto de largo alcance, e incluso cuenta ya con un agradable circuito: la ruta de los fuertes.

Desde la estación de tranvía de Parc de l’Orangerie, son 85 kilómetros que descubren 19 obras del Cinturón de los Fuertes.
 

Una madre con sus hijos cruzando en bici uno de los canales de Ámsterdam.
Una madre con sus hijos cruzando en bici uno de los canales de Ámsterdam. Bumblee Dee Getty

 

Ámsterdam, paisaje (ciclo-urbano)

Si hay una ciudad ciclista por excelencia es Ámsterdam, donde prácticamente hay tantas como habitantes. O incluso más, pues el exceso de estos vehículos se ha convertido casi en un problema para los peatones. En la ciudad holandesa las bicis forman parte del paisaje urbano, que ya tiene tres elementos inconfundibles: canales, fachadas del siglo XVII y bicicletas.

En Ámsterdam, convertida en paraíso para ciclistas antes que cualquier otra ciudad, nada está lejos, el terreno es completamente llano y se recuerda a los usuarios mediante un revestimiento rojo que circulan en una vía donde la velocidad se limita a 30 kilómetros por hora. En cada semáforo hay un espejo para que los automovilistas vean a los ciclistas en su ángulo muerto. Se aprende a montar en bici y las normas de circulación en la guardería, y los puntos negros de la ciudad se señalizan y se interviene en ellos.

Por ello la ciudad invita a ser explorada sobre dos ruedas. Primero el Jordaan, el barrio burgués y bohemio. De ahí hasta el Dam, centro neurálgico, y algo más lejos el Museumplain, para admirar a Rembrandt, Vermeer, Van Gogh, los maestros holandeses. El Vondelpark ofrece una pausa bucólica, para luego detenerse en un coffee shop o en un cálido bruin cafe (café marrón).

Incluso también uno puede lanzarse a una escapada aprovechando los recorridos ciclistas habilitados por todo el país, como la ruta de los molinos de Zaanse Schans: 15 kilómetros al norte de Ámsterdam, a través de carriles bici que bordean los canales y el río Zaan. Tras un agradable paseo de apenas una hora, se llega a Zaanse Schans, un paisaje de postal que es parque protegido, un museo al aire libre gratuito, sobre todo entre abril y octubre, cuando los molinos se pueden visitar.

 

Sevilla, ahora en bicicleta

Los sevillanos y sevillanas desafían los tópicos desplazándose en bici. En la capital andaluza el cicloturismo ha explotado, con paseos sobre dos ruedas tan apetecibles como el que va desde el puente de Triana a la catedral, pasando por la plaza de España. Antes hubo que transformar la ciudad. Los planes de circulación diseñados en la margen occidental del Guadalquivir con ocasión de la Expo 92 abrieron una brecha.

Actualmente, Sevilla cuenta con un servicio municipal de alquiler compartido de 3.000 unidades y se calcula que casi 100.000 circulan diariamente por los 120 kilómetros de carriles reservados para bicis (de color verde). Suelen ser accesibles desde las aceras y están protegidos por una barrera de conos. Además, desde 2010 el número de tiendas ciclistas especializadas ha pasado de 10 a 50, y algunas de ellas (como Santa Cleta) ofrecen formación gratuita o mecánico a parados.

Los alrededores de la ciudad andaluza también ofrecen rutas para todos los gustos y durante todo el año, pues el termómetro no suele bajar de 10ºC.
 

Ciclistas cruzando el puente Inner Harbour, en Copenhague.
Ciclistas cruzando el puente Inner Harbour, en Copenhague. ángel Villalba Getty


Copenhague, 12.000 kilómetros sin cuestas

La apuesta de la capital danesa por la bici es tan evidente que puede contemplarse desde el cielo. A través de la ventanilla del avión, antes de aterrizar, se avistan zonas exclusivas para bicis pintadas de azul eléctrico (también en cada cruce) y en tonos naranja o verde carriles-bici que recorren toda la ciudad.

Una vez a pie de calle, las sorpresas continúan. Los taxis no pueden negarse a transportar una bici y la tarifa por ello es de apenas 50 céntimos. La sincronización de los semáforos se hace en función de la velocidad de los ciclistas. Además, desde 2005 se han invertido 150 millones de euros en infraestructuras para bicicletas, como puentes solo para ciclistas como el de Cykelslangen o el Inner Harbour, que une los barrios de Nyhavn y Christianshavn.

Aquí los turistas pueden ir en bicicleta de la Sirenita a los jardines de Tívoli, pasando por la iglesia de San Salvador y su escalera en espiral. Según la población local, pedalear influye positivamente en el ambiente de la ciudad. Y eso es decir mucho en una de las capitales con mayor calidad de vida del mundo.
 

Semáforo para ciclistas junto a la puerta de Brandeburgo, en Berlín.
Semáforo para ciclistas junto a la puerta de Brandeburgo, en Berlín. Frank Herrmann Getty

 

Berlín, un mundo aparte

En el 2016 un colectivo ecologista inició un proceso de referéndum popular para presionar al Gobierno municipal y que pusiera en marcha un ambicioso plan ciclista: 450 kilómetros nuevos de carril bici, 100 de ellos para usuarios rápidos, vías de al menos dos metros de ancho en cada avenida, semáforos sincronizados según la velocidad de los ciclistas...

Además de flashes de la historia europea más reciente –desde los restos del Muro al Reichstag y la Puerta de Brandeburgo–, recorrer Berlín transmite una enorme energía y vitalidad contemporánea, cultural y artística, por ejemplo en la elegante Potsdamer Platz, y hacerlo en bici permite moverse cómodamente por una ciudad que es ocho veces más extensa que París.

Sus avenidas son amplias, largas y seguras, el terreno es llano y en las viejas calles empedradas a menudo se ha asfaltado el carril ciclista. Se puede alquilar una bici eléctrica por solo 25 euros en el famoso Fat Tire o tomar el metro o el tren con bicicleta incluida por 1,50 euros suplementarios, y ninguna zona verde está prohibida, como el antiguo aeródromo de Tempelhof (hoy un enorme parque) o el magnífico Tiergarten. Los automovilistas son respetuosos y casi todos los edificios tienen un aparcamiento cerrado para bicis. Más que un paraíso para ciclistas, la capital de Alemania es un mundo aparte.

 

Moscú verde, siguiendo el Moscova

La caída de la URSS se produjo hace 25 años, pero el ansia de los moscovitas por exhibir su acceso a los bienes de consumo ostentosos sigue siendo enorme. Y el coche (uno caro), un objeto de deseo.

Desde 2010 Moscú es la ciudad más congestionada del mundo, en la que la bici podría ser una solución. El cambio es lento –solo el 3% de la población disfruta de los carriles ciclistas en el centro– pero los convencidos no retroceden, ni siquiera ante el frío más crudo: en invierno de 2017, con temperaturas de 30 grados bajo cero, grupos de noctámbulos militantes circulaban en bici.

Aunque las infraestructuras van con retraso y las existentes no son muy afortunadas, las maravillas arquitectónicas y naturales que exhibe la capital rusa pueden recorrerse en bici sin temor a jugarse la vida. Pero hay avances pendientes: siguen estando prohibidas en el metro, el transporte público más eficaz; el asfalto suele estar en mal estado y las aceras son demasiado altas. Además, los peatones no están concienciados y los automovilistas aún pecan de imprudencia.

Para los más deportistas del pedal, las cercanas colinas de Krylatskoye, al oeste, cuentan con una ruta circular protegida de 13 kilómetros que recuerda los Juegos Olímpicos de 1980: las pruebas de ciclismo se celebraron allí, consagrando a Serguéi Sujoruchenkov, el mejor ciclista soviético de todos los tiempos.
 

Aparcamiento para bicis gratuito en la estación central de Utrecht (Países Bajos), en Smakkelaarsveld.
Aparcamiento para bicis gratuito en la estación central de Utrecht (Países Bajos), en Smakkelaarsveld. getty images

 

La cuarta ciudad de los Países Bajos tiene muchos encantos: canales, callejuelas medievales, terrazas de ambiente casi latino y la vida estudiantil al abrigo de una de las universidades más prestigiosas de Europa. Pero con 400.000 habitantes Utrecht es ante todo una ciudad de ciclistas. En torno al 40% de los miles de pasajeros que llegan diariamente a la estación central lo hace en bici.

Esto explica el arriesgado proyecto de crear el mayor aparcamiento de bicicletas del mundo, una vez llevado al extremo el acondicionamiento de las vías de circulación y después de excavar numerosos túneles e inaugurar múltiples puentes reservados a las dos ruedas. En el subsuelo del complejo de salas de exposición Jaarbeurs unas 30.000 plazas estarán disponibles en 2020, repartidas en tres plantas con emplazamientos correderos de una modernidad absoluta. Utrecht es la ciudad europea que hay que descubrir en bici en este inicio del siglo XXI.

“We all cycle” (todos pedaleamos) es el lema de la ciudad holandesa, que apela a lo colectivo. En 2015 fueron reclutados 180 vecinos de Utrecht para definir las estructuras del futuro, con el objetivo de superar a Ámsterdam y Copenhague como la ciudad más adaptada a ciclistas del mundo. Como por ejemplo, desarrollar una tecnología que permita a los usuarios saber cuál es el aparcamiento más cercano con plazas libres a través del móvil.

 

Liubliana, la más avanzada de los Balcanes

Por la noche las bicicletas ruedan por las tranquilas calles de Liubliana. Y no solo en el centro histórico, plagado de arte barroco y modernista, del que los coches han sido expulsados. Cabe recordar que en la antigua Yugoslavia la bici era el medio de transporte de obreros y campesinos, y la cultura ciclista viene de lejos.

Tampoco hay que olvidar que a finales de la década de 1990 un responsable de urbanismo, Edvard Ravnikar, preocupado por los atascos de circulación, fue a Copenhague a aprender sobre la implantación de la bici en la ciudad, y a su regreso aplicó lo aprendido. Actualmente, más allá del puente del Dragón y de la catedral de San Nicolás, Liubliana es una auténtica ciudad ciclista.

Hay 80 kilómetros de vías señalizadas y otros tantos de carriles exclusivos. En la avenida Dunajska un contador indica cada día de la semana cuántas bicis bajan desde el norte de la ciudad hacia el centro (más de 5.000 diarios). El bonito parque Tívoli, más al oeste, cuenta ya con su propio carril exclusivo y en 2016 Liubliana fue elegida capital verde de Europa.

El resto del país es un regalo para los ciclistas de montaña. Al salir de la ciudad se llega enseguida a las estribaciones de los Dolomitas, como al término del bonito paseo que lleva hasta el circuito de Podutik, acondicionado en 2015. Disfrutarlo en BTT —bicileta de montaña— solo cuesta 15 euros.
 

Una calle de Kioto en la plenitud del otoño, al noreste de la ciudad japonesa.
Una calle de Kioto en la plenitud del otoño, al noreste de la ciudad japonesa. Frank Carter Getty

 

Cuando era capital imperial (hace más de mil años), Kioto se llamaba Heian-Kyo, ciudad de la paz y la tranquilidad. Nada ha cambiado. En contraste con las turbulentas Osaka y Kobe, la plenitud jamás ha abandonado a la metrópoli nipona, magnífica muestra del Japón ancestral.

Llana y diseñada en cuadrícula, con un asfalto en perfecto estado de mantenimiento, es ideal para recorrerla en bici. Sorprende, eso sí, que se pueda circular por la mayoría de las aceras, compartidas con los peatones –advertidos mediante el uso del timbre–, aunque la principal preocupación de los viajeros es recordar que en Japón se circula por la izquierda.

Uno de los itinerarios más bonitos conduce, a lo largo de un canal, al Camino de la Filosofía. Allí se llega hasta los famosos templos de Ginkaku-ji (Pabellón de Plata) y Nanzen-ji, y en abril florecen centenares de sakura (cerezos). En otoño la naturaleza ofrece colores diferentes algo más al oeste, en el límite de la villa imperial de Katsura. Solo queda reservar un ryokan, albergue tradicional, y si es posible con onsen, baño termal caliente.

En Kioto es omnipresente la mamachari, una bicicleta para mamás original de la década de 1950: cuadro robusto en forma de U, diseñado para transportar (varios) niños pequeños, ir al supermercado o a la estación sin pensar demasiado en el mantenimiento o en la seguridad. El precio es asequible, en torno a 100 euros.

 

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