Nuestra protagonista es una escapada corta pero
cargada de emociones. Una ruta por carreteras solitarias y
sinuosas que te harán vibrar y renovarte de energía, a pesar de
su cercanía a la gran capital.
Nos despedimos de Madrid incorporándonos a la autovía del
Noroeste/N-VI dirección Puerto/A Coruña, con el rumbo fijado en Santa
María de la Alameda.Una
localidad situada a algo más de 70 kilómetros, limítrofe con la
comunidad de Castilla y León.
El camino que conduce hasta el primer objetivo
es descarnado. Discurre por multitud de pueblos pequeños,
curtidos por las temperaturas extremas. Superado el primer
escollo, hay que disfrutar de la carretera que asciende sinuosa
y que invita a aumentar la velocidad entre curva y curva.
Así, casi sin darnos cuenta, exprimiendo las prestaciones de la
moto al máximo, llegamos a nuestra primera parada del
recorrido, Santa María de la Alameda.
La visita a esta pequeña población comienza en
la plaza Mayor, lugar de reunión de vecinos y foráneos. A su
alrededor se levantan los edificios más significativos: la
iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Alameda, de la misma
época que el Monasterio del Escorial; el ayuntamiento, el
antiguo lavadero y varias construcciones que forman un conjunto
de arquitectura serrana de estimado valor arquitectónico.
Parajes semidesiertos
Tras la visita turística por Santa María de la
Alameda, hay que regresar a la motocicleta. Este término
municipal está salpicado de numerosos pueblecitos y no hay
tiempo que perder si se quiere descubrir el mayor número de
ellos.
En poco más de ocho minutos por la AV-P-308 llegamos al desvío
de Las
Herreras. Es sencillo reconocerlo porque se trata
de un espacio natural absolutamente desértico, castigado por el
frío invierno y los vientos de la zona.
Proseguimos por la carretera estrecha que desciende
retorciéndose en curvas. Varios cambios de rasante después Las
Navas del Marqués nos da la bienvenida.
Lo primero que se recomienda hacer al llegar a
este pueblecito es subir hasta uno de sus miradores. La vista de
ellos de El Escorial es maravillosa.
Posteriormente, una buena opción es estacionar
la motocicleta y recorrer a pie algunos de sus monumentos más
destacables, como el Castillo de Magalia -construido en la
primera mitad del siglo XVI por el primer marqués de Las Navas,
Don Pedro Dávila y Zúñiga- y el Convento de Santo Domingo y San
Pablo, fundado en el año 1545.
Tras la visita a Las Navas del Marqués y
deleitarnos con algunas de las delicias de la cocina
abulense, subimos de nuevo a la moto. A menos de
diez kilómetros se halla el desvío hacia Navalperal
de Pinares. Nos adentramos en zona ganadera.
Tierra inhóspita
Las curvas desafiantes y un asfalto en precario estado
de conservación se convierten en un improvisado banco de pruebas
para cualquier motocicleta.
Coronado el puerto de La Cancha, los gigantes de un parque
eólico nos dan la bienvenida. Es el momento de detener el motor
de la motocicleta para disfrutar del ruido que hacen los molinos
al cortar el aire para generar energía.
El trayecto continúa y el destino nos tiene preparada una
sorpresa más: una hondonada infinita. Un paisaje que impacta
hasta al menos impresionable y que nos acompañará durante los 26
kilómetros que nos separan de El
Tiemblo.
El Tiemblo está situado al pie de la Sierra de Gredos y lo
atraviesa el río Alberche, lo que ha propiciado que se formen
tres embalses: El Burguillo, el Charco del Cura y Puente Nuevo.
Aunque no es una localidad muy interesante
desde el punto de vista artístico, amén de su Ermita dedicada a
San Antonio de Padua, sí que lo es para los amantes de la
naturaleza.
La localidad está integrada en la reserva
natural del Valle de Iruelas; una de las pocas áreas en Europa
donde se cría el buitre negro.
Además, cuenta con algunas rutas de senderismo realmente
interesantes. Como la que conduce al centenario castaño de El
Abuelo. Al Castañar se accede por una pista de tierra
perfectamente señalizada que hay al principio del pueblo, según
se sale de la carretera Madrid-Ávila.
En total, cuatro kilómetros de sendero suave y
de baja dificultad. La verdad es que da gusto pasear por él,
sobre todo en otoño, cuando los castaños, robles y demás árboles
de hoja caduca cambian de color.