El más occidental de los tres territorios,
Labort, cuenta con los núcleos urbanos más importantes. Su
capital, Bayona está surcada por los ríos Nive y Azur y fue
construida en el 950 sobre las ruinas de un antiguo castro
romano. Ha vivido grandes etapas de la historia y entre sus
anécdotas dio nombre a las bayonetas (escopetas con
cuchillos de caza).
Brilla con luz propia en la ciudad la
catedral ojival de Santa María, coronada por dos campanarios
de 85 metros de altura. El sepulcro de San León y su
claustro de 1240 le valieron el reconocimiento de
Patrimonio
de la Humanidad.
Pero el encanto especial de Lapurdi
responde principalmente a su hermoso litoral. Biarritz es
una bella ciudad costera en el Golfo de Vizcaya con pasado
ballenero.
Su casino y su Grande Plage, muy visitada
por los surfistas, conforman un importante centro turístico
a tan sólo 18 kilómetros de la frontera. La mezcla de
peregrinos de la tabla y adinerados disfrutando de su retiro
aporta al pueblo un carácter cosmopolita. Entre sus
edificios se encuentra el lujoso Hotel du Palais construido
por Napoleón III para servir de residencia de Eugenia de
Montijo.
Otro antiguo puerto ballenero es San Juan
de Luz. Aún conserva su ambiente marinero y una esencia
provinciana bien conjugada con la modernidad que aportan sus
faros cubistas.
El arte está fuertemente arraigado y los
pintores se reúnen en torno a la plaza de Luis XIV, para ser
testigos de atardeceres soleados en sus animadas terrazas.
La artesanía también imbuye sus calles con tiendas de
alpargatas, paños vascos o delicatessen de la tierra.
Las viviendas de Luís XIV y su esposa
María Teresa, que aquí se casaron, son dignas de visitar. La
huella de tal evento queda en una inscripción en la iglesia
de San Juan Bautista, que celebra multitudinarios y
musicales oficios cada domingo.
Las poblaciones vecinas de Ciboure y Sokoa
perpetúan esa misma imagen marinera. Mientras en la primera
destaca la Casa Holandesa, lugar de nacimiento de Mauricio
Ravel, en la segunda lo hace el fuerte a pie de puerto y sus
calmadas playas.
Desde aquí hacia el sur se descubre toda
una línea de costa salvaje marcada por los acantilados
abruptos y las praderas pobladas de caseríos hasta llegar a
Hendaya, muy cerca de la frontera.
Esta población es referente al hablar de
playas de la costa del sur de Francia. El buen tiempo y la
limpieza y calidad de sus arenales disponen cuatro
kilómetros de paraíso para bañistas, paseantes y surfistas.
Además, la riqueza ecológica que supone un
sistema dunar de estas características hace de ella un
impagable paisaje, cambiante según el estado de la mar.