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Fakarava, en Polinesia Francesa
Imagina una estampa idílica del Pacífico, con playas de arena blanca
recortadas por aguas cristalinas de color esmeralda y una asombrosa vida
marina a un palmo de la mano.
Quizás, sin saberlo, acabas de imaginar
la estampa más próxima a Fakarava, uno de los atolones que componen el
archipiélago tahitiano de las Tuamotu, sin duda, un sueño hecho realidad
en los lejanos Mares del Sur.
Fakarava es uno de esos lugares situados
fuera de las coordenadas de tiempo y espacio. Se encuentra a sólo una
hora y diez minutos de vuelo desde Tahití, pero lejos, muy lejos, de la
mayor parte del resto del mundo, en mitad de ese océano inmenso que
Magallanes bautizó como Pacífico por la placidez que encontró en su
primer viaje a través de sus aguas.
De Tahití ya dijeron, siglos atrás, que
era el lugar de la utopía, el “cielo en la tierra”, y a ella acudieron
todo tipo de visitantes ilustres y anónimos, buscando ese paraíso
inexplorado. Ha pasado el tiempo y ahora son otras las islas que se
reparten el título de Edén terrenal y, entre todas ellas, destaca como
una de esas perlas negras que se cultivan en sus aguas, Fakarava,
un destino casi virgen, único, tan remoto que no aparece en todos los
mapas.
Declarada en 2007 por la UNESCO Reserva
Natural de la Biosfera, tanto gobernantes como habitantes están tan
concienciados de la importancia de preservar inalterado este edén de los
Mares del Sur que todas las actividades que se llevan a
cabo llevan el sello de lo indiscutiblemente sostenible, tanto que
incluso la pesca está prohibida, excepto si se justifica que irá
destinada al alimento.
En
Fakarava encontraremos las aguas más puras y cristalinas del mundo
NADANDO ENTRE ESCUALOS
Fakarava es un destino en el que abundan los recién casados, parejas que
saben que aquí nada ni nadie podrá importunar su intimidad, aunque sea
bajo el agua, porque quienes disfrutan de verdad, con pareja o sin ella,
son quienes vienen atraídos por las mejores aguas del mundo. Así es como
mejor se aprecia la variada fauna marina que atesora Fakarava, ya sea
practicando el snorkle o el submarinismo.
En el paso Norte de Garuae, el mayor de
todo Tuamotu con sus 800 metros, la inmersión
transforma al menos avezado de los buceadores en un niño emocionado al
sorprenderse entre diversas especies de tiburones, como los grises, de
punta blanca, de punta negra o los limón. Esos no son los únicos
compañeros de aventura bajo el agua: no hay que esforzarse mucho para
cruzarse con barracudas, atunes y otros peces del arrecife.
Muchos
viajeros vienen a Fakarava atraídos por la fauna marina
Puestos a elegir, si nuestros favoritos
son los tiburones martillo y las rayas águila habrá que preparar el
viaje de noviembre a abril, mientras que si las preferencias son las
mantas raya, entonces es mejor viajar de julio a octubre, aunque la
inmersión no decepciona sea cual sea la parte del calendario que
enmarque el viaje.
El fondo y las paredes del cañón de Garuae están
recubiertos de corales endurecidos, la mayoría de ellos intactos y en
excelente estado de salud. Y ni siquiera hay que bucear para ver
ejemplos de la abundante fauna marina, simplemente hay que permanecer
con los ojos atentos en las cristalinas aguas en los pequeños muelles
que se encuentran junto a las casas, restaurantes familiares o
pensiones.
Masajes en el embarcadero de Le Maitai Dream
Pero esta pequeña isla (60 km de largo
por 25 de ancho) no sólo está rodeada de agua salada sino que encierra
en su interior una enorme laguna, con fauna y flora distinta a la de mar
abierto, que le otorga un carácter especial. En la laguna, cientos de
motus (islotes) permanecen a la espera de que algún visitante arribe a
ellos en barca, aunque la mayoría pertenecieron, en el pasado, a
familias de la isla. Cada motu es, además, un pequeño ecosistema en sí
mismo, y si en unos abundan los cocoteros en otros crece el árbol del
pan, mientras en algunos anidan aves como el martín pescador o se
desarrolla la palmera de Tuamotu.
Hoy los motu son otro enclave donde la
naturaleza es dueña y señora y, nosotros, los humanos, simples
visitantes que pasamos por ellos apenas de puntillas. Por suerte, existe
la oportunidad de solicitar que una barca nos acerque a uno de ellos y
quedarnos a pasar una jornada completa, incluso alguna noche, y dormir
sobre una hamaca colgada entre cocoteros y viendo como bajo la misma
pasean sin preocupación los cangrejos, mientras frente a nuestros ojos
se extiende la laguna de reflejos esmeralda.
Destino ideal para quienes son apasionados a los deportes náuticos
PERLAS NEGRAS
Estar perdido en mitad de un inmenso océano obliga a agudizar el ingenio
y pensar en una actividad que permita usar los recursos naturales sin
causar perjuicio al entorno y que produzca beneficios para la comunidad.
En Fakarava, así como en el resto del
archipiélago, dieron con la clave, y ahora el cultivo de exóticas perlas
negras es una de las actividades más habituales - además de la
producción de aceite de coco-. Son estas oscuras perlas las que han
permitido algunas de las últimas mejoras en infraestructuras en la isla,
como el asfaltado de la carretera principal en el atolón.
El
otro gran atractivo de Fakarava es
visitar a las granjas de perlas
negras
Las perlas negras, además de proporcionar
ingresos a sus habitantes, son un atractivo añadido para quienes llegan
hasta aquí en busca de tranquilidad pero también de experiencias
distintas, pues los puntos de producción, las granjas de cultivo, están
abiertas a las visitas y se suceden en la costa, una tras otra.
Las perlas son producidas por la ostra
conocida como “labio negro” (pinctata margaitifera), se crían en los
viveros de los atolones y en su interior se forman pequeñas esferas de
colores que van de las diversas gamas del gris al negro, aunque a veces
los nombres adquieran matices tan poéticos como “gris oriente” o “gris
verdoso pavo real”.
Muchas de las granjas de cultivo de perlas están situadas al norte de la
isla, al igual que la mayor de sus dos únicas ciudades, Rotoava,
cuya iglesia de blancos muros se encuentra a la orilla de la laguna.
Es también en esta zona, aunque algo más
aislada, donde se ubica el único hotel que el gobierno de Tahití
permitió construir en Fakarava, el Le Maitai Dream,
totalmente integrado en el ambiente con sus cabañas de bambú, ratán y
coco, materiales locales, reforzando la opinión de que en este lugar se
toman en serio el turismo con sello ecológico. El resto de alojamientos
son pensiones familiares, muchas de ellas al borde del mar, donde se
puede establecer un tipo de contacto más directo con los habitantes
ancestrales de este edén casi inmaculado.
En el otro extremo de la isla, al sur, se
encuentra la segunda ciudad de Fakarava, Tetamanu, cuya
atracción principal es una iglesia de 1874 construida enteramente con
coral que aún se conserva pese a los pocos habitantes con los que cuenta
hoy la antigua capital administrativa.
Las dimensiones del atolón permiten que
las excursiones puedan realizarse en bicicleta e incluso a pie, aunque
siempre será imprescindible una barca para llegar hasta cualquiera de
los motus. Aunque no importa demasiado el medio de transporte que se
escoja.
El espejo de la laguna hace que en
ocasiones imaginemos que podemos caminar sobre el agua, aunque en
realidad lo hagamos sobre una delgada lengua de arena que apenas llega
al borde del agua. Eso permite mantener la ilusión de que más que en el
mar estamos caminando por el cielo. Pero, ya se sabe, estamos hablando
del verdadero paraíso, donde todo es posible.
Fuente: EspirituViajero - Fotos:
Oriol Puges
Por JS ::
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